En los accesos de desesperación, el único recurso saludable es una desesperación aún mayor. Dado que ningún consuelo es eficaz, uno debe aferrarse a un vértigo que rivalice con el que se tiene, que lo supere incluso. La superioridad que posee la negación sobre cualquier forma de fe se manifiesta en los momentos en los que las ganas de acabar con todo son particularmente poderosas. Durante toda mi vida, y especialmente en mi juventud, Rugaciunea unui Dac [La plegaria de un dacio] me ayudó a resistir a la tentación de liquidarme. Quizá sea útil precisar aquí que la última página del Breviario de podredumbre es, por el tono y la violencia, muy cercana a los excesos del dacio. Más de un occidental ha visto en la literatura rumana un aspecto sombrío, extraño, en un pueblo que tiene la reputación de frívolo. Ese aspecto existe indiscutiblemente y suele atribuirse, por falta de una razón precisa, a las condiciones históricas, a las adversidades ininterrumpidas de un país que siempre estuvo a merced de otros imperios. El hecho es que en dicha última página todo acaba mal, todo aborta y los fracasos son imputados al Destino, suprema instancia de los vencidos. ¡Qué pueblo! El más pasivo, el menos revolucionario que pueda imaginarse, el más sensato, a la vez en el buen y en el mal sentido de la palabra, un pueblo que nos da la impresión de que, habiéndolo comprendido todo, no puede elevarse ni rebajarse a ninguna ilusión. Cuanto más se vive, más se repite uno que, incluso si se ha vivido durante decenas de años lejos de él, resulta imposible evitar la desgracia original, la nefasta herencia que arruina toda veleidad de esperanza. La plegaria de un dacio es la expresión exasperada, extrema, de la nada rumana, de una maldición sin precedentes que asola un rincón del mundo saboteado por los dioses. Ese dacio habla, evidentemente, en su propio nombre, pero su desconsuelo tiene raíces demasiado profundas para que pueda reducirse a una fatalidad individual. En realidad, todos los rumanos procedemos de Él, nosotros perpetuamos su amargura y su rabia, envueltos para siempre de la aureola de nuestras derrotas.
Recordemos que Eminescu era joven cuando escribió esa terrible y exaltadora acusación contra la existencia. Semejante apoteosis negativa sólo podía tener un sentido si procedía de una vitalidad intacta, de una plenitud que se volvía contra sí misma. Un anciano decepcionado no intriga a nadie. Pero estar de vuelta de todo desde las primeras perplejidades equivale a un salto en la sabiduría que marca para siempre. Que Eminescu lo comprendió todo desde el principio, eso lo prueba su plegaria, la más clarividente, la más despiadada que se haya escrito.
“Sobre un poema de Eminescu (Rugaciunea unui Dac)”, pertenece al libro “Ejercicios de admiración y otros textos”, de Emil Cioran. Consultar la fuente original para mayor precisión en el texto.